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El Mesón de Dios carece hasta de comida para los adictos

dominicano informados | 7:52 |

Santo Domingo. "Los muchachos llegan pidiendo ayuda. Dicen que tienen problemas en las calles y que ya no aguantan. Pero muchos se van, muchas veces por la situación de la misma planta física, o por la comida, que a veces no podemos suplirla por falta de dinero. Dicen que se van para la calle de nuevo, porque no van a pasar hambre". José Antonio Roque dirige el centro de rehabilitación de
adictos Mesón de Dios, del Ministerio de la Reconciliación y Restauración de la Iglesia Evangélica Pentecostal.
El centro, con 36 internos en estos momentos, opera en Pedro Brand, en una amplia casa que evoca miseria con sus filtraciones y su desgastada pintura. Las persianas de las ventanas están rotas y los hierros que las resguardan lucen oxidados.
En los espacios de la vivienda hay pocos muebles, apenas unas cuantas sillas de metal, madera o plásticas. En los dormitorios, las bases de metal o madera, soportan finas colchonetas gastadas por el uso y algunas sin sábanas. Varios de los internos deben dormir en el piso. Algunos de ellos también lucen ropas gastadas o rotas.
La cocina de la casa es grande, pero está vacía. "Cocinamos en el patio con leña, porque no tenemos estufa ni dinero para comprar gas", explica Roque, mientras muestra un fogón improvisado con base de metal en el que uno de los internos coloca pedazos de madera e intenta prender fuego.
A un lado, Rafael, otro del grupo, se afana en retirar las uñas a varias patas de pollo. "Eso es 'pico y pala' que compramos en una pollera, pues siempre tratamos de servir lo que resulte más barato", comenta. Y agrega que cuando la situación se torna más difícil, tiene que suspender algunas de las comidas.
El Mesón de Dios apenas cuenta con los recursos que obtiene de la venta de donas que los mismos internos preparan en un horno de leña y venden al pregón. Al día hacen entre 300 y 400 donas que les generan ingresos por RD$1,500. "Eso cuando se venden todas, porque a veces lo que tenemos es pérdidas", dice Roque. En adición a eso, una persona le regala al centro RD$1,000 al mes y otra 50 libras de arroz.
"Del Estado no recibimos nada. Le he enviado muchísimas cartas al Plan Social de la Presidencia, a los Comedores Económicos y a Salud Pública, pero nunca nos han respondido. La última carta la escribimos hace tres semanas al Plan Social, y no hay respuesta", se lamenta el director.
Roque fue un consumidor que se reeducó, y decidió crear el centro hace poco más de tres años para ayudar a otras personas. "Cuando salí del tratamiento, no dejaba de asistir a la iglesia, y ahí la gente iba y me pedía ayuda. Iban los muchachos que fueron compañeros míos cuando consumía (drogas). Alquilé la casa para ayudarlos, pero a veces pienso en 'tirar la toalla', porque no encuentro qué más darles. Pero si me voy ¿qué uno hace con ellos? ¿Tirarlos a las calles para que vuelvan a consumir y a hacer cosas malas?". Estima que el 35% de los internos abandona el lugar debido a las precariedades con que opera el centro.
El interno Fausto Carmona Columna admite que ha pensado en abandonarlo en varias ocasiones. "Cuando tú vienes, piensas que tendrás un centro para ti solo, pero cuando llegas y te ves junto con todos, personas distintas a ti, a veces pasando hambre y tirados en el piso…, me he visto tentado a irme".
Fausto, oriundo de Bonao, tiene 24 años. Empezó con el consumo de la marihuana que sus hermanos le daban a guardar. Luego pasó a probar cocaína, 'perico' y crack. También se involucró en actos delictivos, y se peleó con su familia, por lo que no piensa regresar a su pueblo una vez termine el tratamiento, que dura año y medio. Apenas lleva cinco meses. "Pienso quedarme aquí, buscar trabajo, y asistir a la iglesia de aquí", comenta el joven, que asegura que ahora está "en el camino de Dios".
Todo para la comida… y no alcanza
Sólo el alquiler de la casa que aloja al Mesón de Dios cuesta RD$10,000. Algunos meses tienen suerte, porque la dueña del inmueble que reside fuera del país, y asiste a una iglesia pentecostal, decide no cobrarlo. Cuando tienen que pagar, lo mismo que para completar los gastos de comida, el director se moviliza con otros internos para salir a pedir ayuda. "En el almacén nos fían la comida, y cuando debemos mucho, tengo que pedirle a los amigos para poder pagar. A veces he tenido que vender cosas de mi casa".
Entre los integrantes del centro hay ebanistas, soldadores, pintores, a los que en ocasiones se les consigue algún trabajo para aumentar los ingresos. Roque señala que incluso tiene una máquina soldadora que con pocos recursos se podría poner a funcionar.
"No podemos hacer nada. Esta casa necesita una pintura, pero no podemos comprarla, porque todo cuanto llega es para la comida.., y no alcanza".
La situación del Mesón de Dios se destaca entre unas 91 organizaciones que tratan de rescatar adictos en República Dominicana, con unas 2,300 personas en tratamiento, según el Consejo Nacional de Drogas (CND).
Varias de esas entidades son privadas, y cobran cuotas de hasta RD$150,000 al mes por el tratamiento.
Sin embargo, existen organizaciones sin fines de lucro que trabajan con carencias económicas, como Hogar Crea, Casa Abierta, Niños del Camino, cuyos representantes demandan constantemente un aumento en la asignación de recursos de parte del Gobierno.
Cultos de sanación
En el Mesón de Dios, la sanación del individuo es espiritual. "La adicción es un problema de conducta, y no hay nada mejor para la conducta que la palabra de Dios", sostiene José Antonio Roque. Sobre esa creencia apoya sus terapias en cultos religiosos. De lunes a viernes pone a los internos en actitud de oración de 6:00 a 7:00 de la mañana; de 10:00 a 12:00 se realizan estudios bíblicos, y un culto a las 7:00 de la noche. Los sábados, un pastor visita la casa, y los domingos van a culto en la iglesia.
Cuenta, además, con la colaboración de una sicóloga del hospital psiquiátrico de Pedro Brand, a quien le envían los casos que ameriten este tipo de tratamiento. También la clínica Cruz Jiminián les asiste en casos que requieran otras atenciones médicas, pues muchos llegan al centro con heridas y otras lesiones físicas que requieren tratamiento.
Controles
"Para algunos de los vecinos de aquí, esto no es más que un centro de delincuentes, pero no es así. De aquí nadie sale a delinquir". José Antonio Roque no niega que muchos de los que llegan están en situación de calle, pero asegura que toman controles para evitarlo. "Dicen (los vecinos) que la gente sale en la noche a hacer diabluras, pero no es así, pues desde las 7:00 de la noche todo está cerrado, y un encargado tiene la llave".
Afirma que a cada persona que toca a sus puerta se le investiga con sus familiares, para saber cuál es la situación, y que coordinan con algunos fiscales para determinar si tienen algún antecedente criminal.
"Una vez entregamos a uno a la policía de Bonao que lo estaba buscando y vino para acá". También refiere el caso de uno de los internos, al que acusaban de violar a una joven, y que ahora está preso en La Victoria con medida de coerción. "Ella lo acusa, pero él no lo hizo, porque ese día estaba en la iglesia junto con mi esposa y otros de aquí". Roque atribuye las imputaciones de los residentes en Pedro Brand a la percepción que tiene la gente de que todos los adictos son delincuentes.

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